GERMINACIÓN
“Para el artista y el buscador, la búsqueda es una
cuestión de vida o muerte: si no la mantiene encendida,
siente morir una parte suya.”
Juan Carlos Kreimer
¿Cómo sabe la simiente, enterrada en la oscura tierra, en qué dirección enviar sus raíces y hacia dónde orientar su tallo? La porción de sol que palpita en la semilla desde antes de su eclosión le impulsa a partir al encuentro de la más ínfima partícula lumínica que se filtra por el estrato. Así, incluso una planta en absoluta oscuridad crecerá muy deprisa hacia arriba para tratar de alcanzar la luz. Simultáneamente, la gravedad invocará a sus raíces para que se adentre en los ciegos y profundos territorios minerales, pues necesita también aquello que encuentra en el inframundo para poder realizar la alquimia que conocemos como fotosíntesis.
Simone Weil sostiene en su antología “La gravedad y la gracia” que hay dos fuerzas que tensan cualquier fenómeno. La primera tiende a la pesantez mientras que la segunda hace sentir a los cuerpos el soplo de la inspiración. Una se abre paso hacia abajo y la otra pulsa hacia arriba. No hay juicio, así debe ser. La única falta, –dice la escritora– es carecer de la facultad de alimentarse de luz. Puesto que, abolida esa capacidad, todos los defectos son posibles.
El proyecto expositivo “Germinación” se articula en torno a dos series fotográficas que retratan momentos clave en la trayectoria espiritual y artística de Mapi Rivera. La primera de ellas, Käänna Juuri (2020), sucede a una profunda crisis vital que ya preconizaba el proyecto Eufonías (2018, 2019), en el que la artista ahondó en los estados y formas de emergencia del inconsciente. La oscuridad de estas imágenes –reflexiona la autora– parecía prevenirme, antes de su llegada, de lo que estaba por venir.
¿Habrá quizás un espejo al que acudir cuando la vida se opaca? ¿Habrá un lugar capaz de sostenernos con infinita dulzura, mientras su reflejo nos devuelve la imagen invertida de nuestros miedos?
Cuando la noche del alma acontece, cuando la gracia se esfuma y se pierden los arraigos, sólo se puede caminar, rendirse al vertiginoso desconocimiento y confiar en que exista ese lugar. Un espacio de bosque en donde el alma pueda desvestirse y bañarse en el cuerpo del mundo con la inocencia recuperada del gorrión. “Tuve que ir al fin del mundo –cuenta la artista–, para encontrar el origen: el lugar dónde invertir mis raíces…” y así la vemos en la serie Käänna Juuri convertida en la novia prístina que abraza sus raíces como un ramo. Erguida sobre las aguas, las mismas en cuya dimensión arquetípica buceó durante la gestación de Eufonías.
Hallar ese lugar sagrado en el que sanar precisa de magia. La magia que no está en las cosas ni tampoco en las personas, sino en la relación entre ellas. Precisa ceder la mente y el cuerpo y dar espacio a las visiones internas, permitir que ellas guíen y tiendan un puente entre lo interno y lo externo. El arte favorece esa magia y es por ello que Mapi Rivera escogió desde muy joven ser artista, para poder jugar siempre y rendirse a la luz a la que se sintió conectada desde niña. ¿Y qué es la fotografía sino un testimonio de luz?
En las místicas medievales encontró su primer referente y aliento. En estas mujeres que sentían la necesidad de comunicar su vivencia del éxtasis, pudo reconocerse y validar su experiencia. Algunas de ellas referían que si no contaban lo que les acontecía podían incluso enfermar. Hasta tal punto se sentían instadas a traducir a palabras o dibujos lo vivenciado con la esperanza de activar, por resonancia, esa semilla de trascendencia que existe en todos nosotros. Todos somos sensitivos –afirma, Mapi Rivera– sólo que esa cualidad se encuentra en cada persona en un particular estadio de desarrollo.
Como las místicas y también las artistas visionarias –que Mapi Rivera descubriría más tarde– se rindió a la paradoja de tratar de capturar lo inefable, quizás porque aquello de lo que no es posible hablar es precisamente de lo que hay que hablar. La creación artística le permite cumplir con el doble objetivo de abrir fisuras por las que otras personas puedan asomarse; y de mantener encendida la antorcha que le indica hacia donde caminar. Los momentos de éxtasis –cuenta Mapi– duran muy poco, y es conveniente registrarlos para que no se pierdan.
Comprendiendo que los instantes que acontecen entre la vigilia y el sueño son fértiles en sugerencias y revelaciones, la artista duerme desde hace tiempo con un cuaderno en su mesilla al que recurre para dibujar las entrevisiones que se despliegan tras sus párpados cerrados.
El propio origen del término ‘misticismo’ hace referencia a un cerrar de ojos y cerrar de boca, algo que sucede inevitablemente cuando nos predisponemos a dormir. Si aprendemos a cabalgar ese espacio liminal aprovechando el estado de semiconsciencia, conseguiremos escapar del tiempo y de la inercia para entrar en los territorios del mundo imaginal.
A estos diarios los llamó “cuadernos hipnagógicos” y son parientes y precursores de los dibujos canalizados que podemos ver en esta muestra. Estos dibujos, fruto de sus experiencias meditativas que se intensifican tras la crisis, son los semilleros de las composiciones fotográficas posteriores, más elaboradas.
Poco a poco, las imágenes que recibe comienzan a acompañarse de informaciones auditivas, que Mapi Rivera registra y en alguna ocasión incorpora en los propios dibujos.
A veces erramos al concebir la canalización como una suerte de obediencia vertical, cuando tiene más que ver con la disponibilidad, con jugar, entrar en relación con el universo suprimiendo las interferencias y alineándonos lo más posible con su propósito. Afirma Juan Carlos Kreimer que el buscador siempre quiere más y cada vez que se adentra en esa parte de sí mismo, tiene la sensación de “recordar” una dimensión que habitaba antes de encarnar este cuerpo y que lo acompañará al dejarlo. El sentido de la vida y de la creación estriba en la calidad de la atención con la que busca rastros.
Tras la experiencia sanadora de Käänna Juuri, Mapi Rivera se convierte en una suerte de Perséfone que, tras asistir a la muerte simbólica de una parte de sí, renace para traer consigo la primavera, cargada de fecundidad y abundancia. Al hablar de Esporogénesis (2022-2023), la artista hace uso de una palabra clave: exuberancia. Se adscribe así a la manera venusina de búsqueda espiritual que es más próxima al chamanismo que a las vías ascéticas. El éxtasis es un momento de apertura, de distensión total del cuerpo, cuando todos los obstáculos ceden para permitir que el universo se exprese a través de uno.
Esta forma de búsqueda suele ser afín a los artistas, que conocen la sensualidad de la creación, empezando por la experiencia gozosa de sentir en la mano la suave vibración de un lápiz, el leve aroma a grafito que desprende su roce contra el papel. Los artistas pueden, gracias a la naturaleza de su práctica, conocer la vía de los sentidos como búsqueda de trascendencia. Atravesando así el desprestigio de lo corporal que ha atenazado a las religiones monoteístas. Alinearse con la voluptuosidad presente en la naturaleza, sin separarse ni moralizar, con la implacabilidad del volcán que abre las carnes de la tierra y la acaricia con sus hilos de sangre. Destruyendo y fecundando la tierra futura. El secreto será quizás saber hacerse a un lado, facilitar el paso.
Acceso a tienda: Serie fotográfica Esporogénesis, 2022-2023