A partir de una dinastía originada en la casa de Carcasona y bajo los auspicios de la sede metropolitana de Narbona, se fueron agrupando, alrededor del condado de Barcelona, unos territorios llamados dux catalanensis, prácticamente coincidentes con lo que ahora se promueve como una eurorregión cultural que alienta este proyecto. Ese gran estado occitano fue desmembrado por la corona francesa después de la derrota de Muret, en el 1213.
Poco después, en el 1215, en el cuarto concilio de Letrán, bajo el advenimiento de Inocencio III, se establecía, en la celebración eucarística, un nuevo dogma llamado “Presencia Real” del cuerpo de Cristo, en contraposición a la idea de una presencia únicamente simbólica. Haciéndolo coincidir con la nueva liturgia de la “presentación”, que consistía en la elevación evidente para todos los fieles de la forma sagrada como hostia, entonces todavía orientada al este, en dirección al sol de levante.
De hecho, el cristianismo utiliza los despojos del Imperio Romano en todas sus estructuras y en las que tenía a Mitra como gran protector. Mitra era una deidad de origen indio-iranio, vinculado a Ahura mazda, el dios de luz, salvador en su lucha con Ahrimán, el aspecto tenebroso de la creación. Los griegos lo llegaron a vincular con Apolo, su fiesta principal se celebraba el 25 de diciembre, solsticio de invierno, dies natali solis invicti mitra. Máximo de Efeso se dirige a él en los siguientes términos “Este sol que uno contempla y honra desde toda la eternidad, y cuyo culto del cual le hace feliz, es la imagen viva, animada, razonable y benefactora del Padre inteligible”
El mismo Cristo dice, según Juan, “quien me ha visto a mi ha visto el Padre”, ha visto el Origen. De hecho, la trinidad es una consubstancialidad, concepto que, si lo extrapoláramos a la luz del sol invictus, nos encontraríamos, primero, con la luz original, a la que, tampoco, “nunca nadie ha podido ver”, según cita el apóstol Juan respecto al Padre, a continuación, la emanación de los rayos o el espíritu de la luz y, para acabar, el hijo o manifestación de la luz sensible en imagen revelada.
Por otro lado, la eucaristía es de lo poco que ha perdurado de toda un sinnúmero de rituales y liturgias tradicionales de la antigüedad, no en vano, el cristianismo se expande superponiéndose a los ritos paganos, así, las especies del cereal y la viña de origen vegetal estaban vinculadas a los ritos agrarios de la fertilidad de la tierra y ambas eran producto de una larga fotosíntesis o exposición solar, presencia real de la luz. Pero, antes era necesario provocar la germinación y, por tanto, enterrar la semilla, de aquí que casi todos los ritos se celebraran en el interior de los templos, en la cámara oscura, criptas y subterráneos llamados mitreums.
Cuando Salomón inauguró el templo de Jerusalén, al instalar el arca de la alianza, los sacerdotes se vieron obligados a salir “a causa de la nube” pues “la gloria de Yahvé llenó el templo de Yahvé”, de hecho esta toma de posesión se describe como una invasión de luz. Esta experiencia paradójica de una invisibilidad, garantizando una presencia, mejor aún, una oscuridad habitada por la más grande de las luces, resonará, a lo largo de siglos en numerosos místicos cristianos, y en otros que se apoyarán en este texto de la biblia para vincular la iluminación con la negación de todas las formas exteriores de lo visible. En relación con esto, es remarcable una cita del neoplatónico Dionisio Areopagita que, proclamándose discípulo de Pablo el apóstol, nos explica: “La tiniebla divina es aquella luz inaccesible en la cual se dice, Dios habita. Y como aquella, deviene inaprensible a causa de la difusión exuberante de su luz sobrenatural, sin embargo, en ella descansa cualquiera que merezca conocer y ver a Dios, y por la misma razón por la que no ve ni conoce, este mismo existe en aquel que trasciende cualquier visión y conocimiento, sabiendo sólo de Él que está más allá de las cosas sensibles e inteligibles…”
En la elevación eucarística no hay nada a ver que confirme, a los ojos de toda la asamblea, que se ha realizado la transubstanciación. Se exhorta a los creyentes a una doble mirada mediante una introspección virtual, a un acto de fe casi sublime. En el concilio se proclamó que, el cuerpo de Cristo es veraciter continentur en la transmutación substancial de las especies del pan y del vino, que hacen efectiva la Presencia Real de este cuerpo, confiriendo a la forma sagrada, a la oblea de pan una transparencia imperceptible a la mirada.
Este cuerpo, el cuerpo de Cristo, como vector de la presencia divina en el mundo, surge como una invención original del cristianismo, dado que el monoteísmo original judío abolió el culto a las imágenes, a los eidolon, y los substituyó por la grafía, la revelación textual, por el libro. El otro monoteísmo, el islámico, también se afirma en su libro, ambos tienen claro que el escrito revelado no es el Verbo. La palabra escrita es el cuerpo de la pronunciación, el rastro de la misma, el signo. De aquí, la cábala, que a raíz de la diáspora recala en los territorios mencionados de occitania, se da a conocer en ellos y desde allí se difunde al resto de Europa. La cábala trató de descubrir la pronunciación justa, la palabra viva del Verbo.
El cristianismo, en cambio, aprovecha el evangelio de Juan, el cual en su redactado original en griego, utiliza la palabra Logos y que san Jerónimo, padre de la iglesia traduce en su versión latina por Verbum. El Logos de Juan está teñido de gnosticismo y, a la vez, recoge el sentido griego del término en referencia a la vibración activa y diáfana del puro pensamiento, que en su expresión silenciosa como la luz apolínea, discierne la forma de lo que es real, el orden, la creación en contraposición al caos y, por tanto, es un pensamiento creador.
A pesar de la traducción de san Jerónimo que vuelve a poner el énfasis en la expresión pronunciada, en el signo, el evangelio de Juan estalla en la historia cuando dice que “el Logos-Verbo se ha hecho carne”, y finaliza el prólogo afirmando: “A Dios, nadie lo ha visto nunca: su Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado”.
De pronto, un cuerpo vivo como encarnación del Logos-Verbo, ocupa el lugar del libro y lo supera, como Presencia viva. Ya no es un signo, es una biografía que, dada su sobre-naturaleza, deviene sagrada, un mensaje vivo. De la misma manera, todos los teólogos de la imagen se apoyan en esta afirmación diciendo que en esta carne, en este cuerpo y en virtud de su sobrenatural presencia, el Logos-Verbo se ha manifestado en cierta manera, más que en una estatua viva, en un cuerpo humano viviente, en imagen revelada sobre una materia sensible. La única vez que Cristo menciona su cuerpo es en la última cena, cuando, desgajando el pan dice “este es mi cuerpo”, origen de la eucaristía pero paradójico en ese momento, pues estando presente y visible, identifica su cuerpo con un trozo de pan. Justamente este hecho provoca la querella de la cena entre protestantes y católicos que inauguró el debate moderno sobre la relación entre cuerpo y signo, entre presencia y referencia, en definitiva, entre iconólogos y semióticos.
La mencionada proclamación de Latran establece la “presencia real” del cuerpo de Cristo en las especies del pan y del vino, debilitando de esta manera el valor simbólico de las imágenes, enalteciendo su valor de representación. Esto hace que, con el acrecentamiento de realidad en la eucaristía, se inicie un aumento de realismo en las imágenes.
En contraposición a los valores táctiles y simbólicos del románico, el discernimiento, pretendidamente clarificador de la escolástica y la nueva transparencia en la liturgia sacramental, abrirá el símbolo y lo habitará, con un arte visual y transparente en el seno de la catedral gótica. Si la eucaristía fundamenta la “presencia real”, las imágenes la hacen visible con la re-presencia del cuerpo de Cristo, ambas, pronto, se superpondrán de manera que la mirada pueda ir de una forma a la otra, facilitando la expansión del cuerpo místico de la eucaristía al conjunto de toda la asamblea, instaurándose la ecclesia como cuerpo místico del Cristo Solar, tal y como se expande la luz en su renovada invasión del templo.
Con la exaltación de la luz, del fiat lux, el templo gótico, en su transparencia conseguida gracias a la alquimia de los vitrales, se superpone en todas partes a los mitreums, siguiendo una de las conjeturas de Nicolás de Cusa “…imagina una pirámide de luz que avanza en las tinieblas y una pirámide de tinieblas que avanza en la luz…” y en una frontalidad especular “…observa que Dios que es unidad, es de alguna manera la base de la luz, la base de las tinieblas y como la nada … es en luz en lo que abunda el mundo superior, tal como tú lo observas con tus ojos, no porque este exento de tinieblas, sino porque a causa de su simplicidad se las cree absorbidas por la luz”. De esta manera la nube de la tiniebla se retira y la invasión de la luz en el templo se hace efectiva y también “presencia real”, de hecho, una vez superada la larga estación latente de la incubación y más allá de la germinación, se inicia el crecimiento vertical con una primavera iconográfica que fructificará en el verano del Renacimiento. La imagen surgirá virtualmente de la transubstanciación de la luz en Luz.
A Dante, en el místico final de su Divina Comedia, una vez en el interior del paraíso, se le permite contemplar directamente la “Luz viva”, y, en el reflejo de una gloriosa trinidad, relata que “en la profunda y clara sustancia de la luz elevada, se me aparecieron tres círculos de tres colores i de una sola dimensión: uno parecía reflejado por el otro como un iris por otro iris y el tercero parecía fuego procedente de los otros dos por igual”.
En estos juegos de miradas y reflejos de imágenes no puede faltar el sentido especular de las mismas, así pues, fue san Agustín uno de los primeros en considerar el espejo como una metáfora perfecta de la sabiduría divina, lo que provocó que se comenzara a utilizar la palabra speculum para acompañar el título de muchos tratados teológicos. San Buenaventura se refería al speculum inferius como el espejo de la creación y al speculum superius como el espejo de Dios, generándose entre los dos un sugerente juego de espejos y, por tanto, de proyecciones y, en definitiva, de imágenes teológicas. Fue Tomas de Aquino, contemporáneo de Buenaventura, el que estableció el vínculo entre specula y especulación en el sentido más dialéctico al afirmar que “ver a alguien a través de un espejo es ver una causa en su efecto, en la semejanza entre el objeto y su reflejo, así comprobamos como la especulación nos lleva a la meditación.”
La afirmación de esta coincidencia de causa y efecto tiene una repercusión considerable, teológicamente nos remite a la co-incidencia original “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Dios creó al hombre a su imagen, lo creó a la imagen de Dios, creo al hombre y a la mujer.”Las imágenes del espejo no son signos, son espontáneamente y naturalmente generadas por el espíritu de reflexión de una presencia que se re-presencia, que se presenta a si misma en el simple hecho de presentar-se, la inmanencia y la trascendencia coinciden en la luz de la reflexión. Si la imagen de la co-incidencia original fue una imagen semejante, una imagen revelada, después de la caída la imagen es una imagen velada, ha perdido la semejanza original, al desplazarse del eje de reflexión, del Centro de los centros, ha perdido el enfoque, la dirección del fuego, el rayo de luz original. Al desaparecer la co-incidencia de causa y efecto, la imagen se vuelve irreconocible, incapaz de descubrir la causa de su efecto.
En cuanto a la semejanza, el cardenal Nicolás de Cusa, siguiendo el pensamiento de Dionisio Areopagita, profundizó en la versión neoplatónica de Proclo hasta el punto de adquirir el llamado por algunos platonicus oculus, dice “…tal como las criaturas de Dios son semblanzas del entendimiento divino, el hombre posee un entendimiento que es semblanza del entendimiento divino cuando crea; por eso, el hombre crea semblanzas de las semblanzas del entendimiento divino, como las figuras artificiales extrínsecas son semblanzas de la forma natural intrínseca. Si el Absoluto es creador, el hombre es configurador, o si se quiere, co-creador de su mundo.”, esta mención sobre el configurar o co-crear la redacta en el libro titulado De Beryllo de beryllus-i, brillante, brillar, vidriar, término equivalente a la palabra lente con la cual se van enfocando diferentes temas de forma que el orden de su discernimiento, constituye una enseñanza.
La palabra lente deriva de lens-lentis que significa lenteja, la semilla de una planta leguminosa, que por una analogía morfológica pasa a dar nombre a las lentes de vidrio. La lenticula, en Roma, eran unos vasitos aplanados de forma lenticular, las lentes de vidrio adoptaban esta forma como consecuencia del proceso de fabricación del vidrio, ya que las lentes se cortaban de una esfera de vidrio soplado cuando este todavía estaba lo suficientemente caliente y gelatinoso. El vidrio procede de la arena pura o dióxido de silicio que es capaz de formar un vidrio perfecto si se funde a una temperatura extraordinaria. Por esta razón, se necesita una sustancia alcalina, como por ejemplo la sosa, carbonato de sodio, que permita temperaturas de fusión más bajas, y con una tierra alcalina se le da más consistencia y lo hace menos viscoso, protegiéndolo del agua.
No se sabe el origen, se supone derivado de alguna experiencia en algún horno de cerámica o de algún proceso natural, como por ejemplo las fulguritas, que se producen cuando cae un relámpago en la arena, de todas maneras, su producción como base de espejos y, después, de las lentes, siempre ha sido un secreto bien guardado por el gremio de vidrieros recluidos durante generaciones en la isla veneciana de Murano, donde, prácticamente, tenían la exclusiva a lo largo de toda la época medieval y parte del renacimiento. El vidrio, en la lente óptica, deviene paradigma analógico de la alquimia, ya que era necesaria la fusión de una tierra mediante el fuego hasta conseguir un líquido que trabajado con el aire soplado da lugar a una gelatina transparente, que, una vez enfriada, facilita la mutación y transmutación de la luz y según se disuelva o coagule con el proceso de enfocar, permite la proyección de la imagen real sobre cualquier materia sensible.
La lente óptica por la vía de otra analogía morfológica y de cualidades intrínsecas, nos remite a la oblea cereal de la hostia eucarística, presencia de otra luz, presencia del solis invictus, supuesta luz pura. Pretendidamente transparente, sin opacidad, sin mácula, cuerpo de materia translúcida, acoge y proyecta la luz, presencia real y encarnación de la imagen. Así, la lente deviene la semilla de la imagen. No se utiliza la palabra graine francesa que se refiere a las semillas en sí mismas, ni a la llavor catalana que proviene de laborare en referencia a la actividad de sembrar. La raíz sem evoca la unidad originaria, la esencia invisible de toda configuración, de la que el signo visible solamente es el rastro. Hace referencia al sánscrito sa y al griego gen, de aquello que genera, que origina, como consecuencia, la semilla es la fuerza engendradora, es el potencial de panspermia icónica de la lente, la acción invisible de lo visible, la proyección de la luz en una concepción inmaculada.
Acabaremos toda esta exhortación con un último fragmento titulado “Donde lo invisible es visto, lo increado es creado” Del libro De Visione Dei de nuestro apreciado cardenal, “…si tu ver es tu mismo crear, y tu no ves nada diferente de ti, sino que tu eres el objeto de ti mismo –pues, efectivamente, eres el que ve, el objeto de la visión y también el ver- ¿Cómo, entonces, creas cosas diferentes a ti? Parece, por tanto, que te creas a ti mismo, lo mismo que te ves a ti mismo… tu crear es, en efecto, tu ser. Crear y, al mismo tiempo, ser creado no es otra cosa que comunicar tu ser a todas las cosas, de tal manera que eres en todas las cosas y, en cambio, permaneces distanciado de todas ellas. Llamar al ser a las cosas que no son, es comunicar el ser a la nada. Así, pronunciar es crear; comunicar es ser creado. Y más allá de esta coincidencia de crear con ser creado eres tú, Dios absoluto e infinito, ni creador ni creado, aunque todas las cosas son lo que son porque tú eres.”
Una de las epistemologías más comunes y constantes de la imaginación humana han sido los escritos sobre la visión, es decir, los tratados de óptica y también de catóptrica relativos estos últimos a la visión de la luz reflejada en los espejos. La visión se ha entendido siempre como el acto previo y fundamental del conocimiento, descubrir teórica y experimentalmente toda su fenomenología ha sido un hecho persistente en todas las mentes que de una forma u otra, desde casi todos los campos de saber, han reflexionado sobre la aprehensión de la realidad desde los diferentes linajes de creencia.
Roger Bacon, que nació cuatro años después de la proclamación de Latran, ingresa en la orden de los franciscanos que, fieles a la biografía de su fundador, eran partidarios del conocimiento directo, todo lo contrario de la escolástica, de aquí que a Bacon se le acabara considerando el padre de la ciencia experimental, no obstante, creía en la magia natural, la catoptromancia o adivinación con espejos, la astrología y la alquimia, un sabio de su tiempo. Bacon fue discípulo de Robert Grosseteste, un teólogo que contribuyó a retomar una curiosidad más científica al pensamiento escolástico y que, inspirándose en el Génesis, afirmaba que “El universo había comenzado siendo un punto de luz en un vacío sin forma, expandiéndose en todas direcciones, esta luz forma una esfera perfecta, convirtiendo sus límites externos en el firmamento, a continuación, se refleja sobre sí misma para crear las nueve esferas celestiales que envuelven la tierra, así, en cierto sentido, cada cosa contiene en sí misma a todas las demás cosas, y, en definitiva, todo está hecho de luz.” Y, consecuentemente, también, como una intuición holográfica “Todas las cosas creadas son espejos que reflejan al Creador.”
No es extraño, pues, que su discípulo Bacon escriba un tratado de óptica bajo el título de perspectiva y otro sobre los espejos titulado De Speculis Comburentibus. Respecto al arco iris, discrepaba de su maestro y decía que “cada gota de lluvia de una nube tiene que considerarse un espejo esférico; cuando estos son muy pequeños y están muy juntos, producen el efecto de una imagen continua” para él, observar el arco iris era equiparable a ver el reflejo de millones de soles diminutos, y, a pesar de reproducir el espectro cromático con un trozo hexagonal de cristal de cuarzo, fue incapaz de formular una explicación para los colores del arco iris. No fue hasta una década después de su muerte que a un dominico alemán se le ocurrió que no se comprendería este efecto mientras no se pudiera observa una sola gota aislada, ideó una gota de agua gigante en un globo de cristal lleno de agua, y, agachándose en diferentes ángulos, iba observando todo el espectro cromático.
Un admirador de Bacon llamado John Dee le dedica uno de sus libros de catóptrica bajo el título “El espejo de la unidad o una apología del fraile ingles Roger Bacon, donde…” y el título se alarga pretenciosamente. Dee predicaba el evangelio de la luz a la que llamaba la primera criatura de Dios, afirmaba que “no hay nada más importante ni excelente que la luz y sin ella las otras formas no podrían hacer nada” y también que “el marco entero de las criaturas de Dios es para nosotros un cristal brillante del cual, mediante la reflexión, surgen rayos y radiaciones que retornan a nuestro conocimiento y a nuestra percepción y nos representan la imagen de su bondad, omnipotencia y sabiduría infinitas”. Dee se rodeaba de numerosos jóvenes a quienes animaba a profundizar en los estudios de catóptrica, incluso, tutelaba sus estudios. Uno de sus ayudantes, Thomas Harriot fue uno de los matemáticos y ópticos más relevante de su época, hasta el punto de que Johannes Kepler le llegó a solicitar sus opiniones respecto a diversas cuestiones de óptica. Kepler estudió astronomía copernicana en la Universidad Católica de Tubinga, fue ayudante del astrónomo Tycho Brahe al que finalmente substituyó, heredando sus observaciones a las que les dedicaría toda la vida. En su óptica sigue los pasos de Grosseteste y de Dee, Kepler considera la luz “el elemento más sublime del mundo corpóreo… y el vínculo que une el mundo corpóreo con el espiritual.”
Creía también en astrología, en las armonías místicas de las matemáticas y en un universo vivo del que no somos más que un microcosmos. Preocupado por el lugar de las imágenes en lo que se refiere a su posición separada de su objeto, comparó el ojo con la cámara oscura, introduciendo el término focus para describir el punto o plano dónde converge la luz refractada o reflejada. Apuntó que la percepción cerebral de la imagen estaba separada de su objeto, ya que era evidente que el cerebro era capaz de invertirla para percibirla en su posición real, descubrir como lo conseguía, quizás, era en aquellos momentos avanzarse demasiado.
Dos años antes de publicarse la óptica de Kepler, nacía Athanasius Kircher quien, después de participar en la guerra de los treinta años, se hizo jesuita. Dos años después del juicio de Galileo, llegaba a Roma como profesor de matemáticas, requerido por la curia romana para entretenerla, montó el primer espectáculo de linterna mágica, entre otros. Estos entretenimientos lo ocuparon durante cuarenta años que aprovechó para escribir más de cuarenta libros sobre temas variados. Para Kircher, la luz era la exhuberancia de la bondad y la verdad infinitas de Dios y los espejos eran medios magníficos para reflejar esta verdad. El libro más significativo, profusamente ilustrado, que publicó fue Ars Magna Luci et Umbrae.
Dos años antes de su publicación, nacía Isaac Newton, personalidad poliédrica y fascinante de la que nos limitaremos a recoger lo que para nosotros resulta más esencial. En su Opticks dice: “La luz es aquello capaz de provocar vibraciones en el éter, elemento este que llena todo el espacio y a través del cual actúan todas las fuerzas de la naturaleza, siendo el espíritu que permite o incluye el principio material de la luz.” También, avanza que “los cambios de los cuerpos en luz y de la luz en cuerpo se corresponde perfectamente a las leyes de la naturaleza, porqué esta parece fascinada por la transmutación” y, refiriéndose abiertamente a Dios y encubiertamente a la luz, plantea “… ¿Acaso no surge de los fenómenos que existen un ser incorpóreo, vivo, inteligente, omnipresente, que en el espacio infinito, como si fuera su sensorio, ve las cosas mismas íntimamente, y las percibe del todo, y las comprende completamente por la presencia inmediata en sí mismo? De esas cosas sólo las imágenes conducidas a través de los órganos del sentido a nuestros pequeños sensorios son vistas y contempladas por aquello que en nosotros percibe y piensa.”
La percepción se adhiere a la realidad como la imagen del espejo se adhiere al espejo. La imagen que se concibe son cuantos de realidad, por lo tanto, la imagen vibra en el éter de la visión, arrastrando la energía del pensamiento a la reflexión desde donde la fija a la materia sensible de la conciencia.
La imagen es la visualización de una mirada, la revelación de una imagen que mira, estructura de conocimiento y sustancia viva de la sabiduría: iconosofía.
Las imágenes son estados y lugares complejos donde confluyen diferentes intensidades de lo real y donde se inician constelaciones de sentido, estrellas de simiente de nuevos actos de visión, de lo visionario.
Lo sublime se da cuando se presenta lo inconcebible, aquello verdaderamente real que se encuentra en lo real, lo no-visible y que sólo es necesario enfocarlo, inmaculadamente, dejándonos alcanzar y sobrecoger por la sombra de la luz, por la Luz de la luz y, transmutando la sustancia de la visión, co-incidir con la Imagen Real de la Creación.
Cerraremos este texto con un extracto de unos versículos del siglo I contemporáneos del Evangelio de Juan pertenecientes a un tratado gnóstico sobre “La Sabiduría triforme”.
Sólo a este, de tal modo originado, / -es decir, al Logos-/ Lo he ungido Yo, Yo,
Con la Gloria del Espíritu invisible / En Verdad / Al Tercero, pues, sólo a Él puse Yo
En eterna fuerza sobre los eones / De la iluminación vivificante / Es decir, sobre el Universo
Él, que ilumina primero / Con su Luz los eones superiores, / y que en Luz señorial
De fuerza proporcionada tenía su casa / y que estaba en Luz propia / En la Luz que lo envuelve,
El que es el ojo de la Luz / -la gloria del cual me alumbra- / crea eones para el Padre de todos los eones
A través mío / por mí que soy el Pensamiento del Padre como Protenoia, / -es decir, Barbelo- la perfecta, invisible, oculta y / inmensurable gloria
Yo soy la imagen visible / del Espíritu invisible, / Y el Universo fue formado / por mí
… /…
Pues yo y mi semilla son inconcebibles / Y entregaré mi semilla a la luz pura / En Silencio inaccesible / Amén.
Pensamientos de Dionisio Areopagita, Nicolás de Cusa, Robert Grosseteste, Roger Bacon, Athanasius Kircher, Johannes Kepler, Hans Belting (extractos de “La vraie image”), Max Milner (extractos de “L’envers du visible”), Mark Pendergrast (extractos de “Historia de los espejos”), Federico González i Mireia Valls (extractos de “La cábala del Renacimiento”), Agustín Andreu (extractos de “El Logos Alejandrino”), Ana Maria Cetto (extractos de “La Luz”).