EL OJO DEL CORAZÓN, 2000

Mapi Rivera

Entre todos los órganos del cuerpo, el ojo se vincula especialmente con lo divino por su capacidad de captar la luz. En la época de los grandes mitos de culto solar, el ojo se considera un equivalente microcósmico del sol y la mirada un centro radiante con propiedades numinosas. Para intensificar el carácter numinoso e irracional del ojo, este se muestra de “forma extraordinaria y fascinadora”, escapando a la “órbita anatómica”.

Este ojo simbólico se presenta bien desplazado, bien disminuido, es decir reducido a uno, o bien aumentado incrementando su aparición entre tres y hasta un millar. Los ojos pueden presentarse también de forma independiente del cuerpo, es entonces cuando abandona definitivamente su “lugar literal y fisiológico para convertirse en un símbolo”, según nos cuenta Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) en un breve tratado sobre el simbolismo del ojo.

Como en las tradiciones místicas, identifico este órgano visual con el ojo cordial, que se desplaza del rostro hasta lo profundo y oculto del corazón. Este ojo que se ha sumido en las profundidades del cuerpo, tiene que volver a ascender, nos dice Frithjof Schuon, “semejante al sol levante, hacia la frente para iluminar el oscurecimiento individual”. Las asociaciones simbólicas entre el ojo y los cultos solares primigenios, prevalecen y se extienden al corazón. “El ojo es el sol del cuerpo, el corazón es el sol del alma, y el sol es a la vez el ojo y el corazón del cielo”.