CUERPO DE LUZ. Experiencia creadora y diálogo con la tradición en Anuntius de Mapi Rivera

Victoria Cirlot

Una tierra virgen, una región desconocida o las profundidades de una caverna : el artista siempre pisa por vez primera, se adentra en la maraña, se interna por caminos que parecen conducirlo hasta los orígenes, hasta la fuente de la creación, que permita una identificación de tiempos distantes pero coincidentes por el acto. Incertidumbre e inquietud, temor y temblor acompañan en el trayecto, al final del cual se revela lo nuevo, lo nunca visto. Hacer visible el descubrimiento: no es otro el objetivo de la obra de arte. La tela ofrece el espacio con el que cuenta el pintor para concentrar el mundo descubierto y marcar sus límites. Al objeto del descubrimiento se le puede llamar de muchas maneras. Bram Van Velde lo denominó ‘vida’, esa realidad oculta a toda mirada que no atraviesa los velos y no se instala en el vértice del abismo. La experiencia interior reclama la expresión que no surge sin drama, sin la implicación de todo el ser que agónicamente se confronta con el blanco desafío de la tela. Hacer visible lo invisible y ofrecerlo al espectador que puede abarcarlo con una sola mirada. Todo un mundo está ahí concentrado, y son los colores, los puntos y las líneas los que en una complejidad de signos narran el secreto y el tesoro arrancado de las entrañas de la tierra. En la cultura del Occidente europeo hay una historia privilegiada por encima de cualquier otra para narrar el misterio de la vida. Se encuentra en un texto sagrado y por tanto posee una elevadísima dimensión religiosa y teológica, pero albergando en su núcleo una enseñanza que trasciende los dogmas y las creencias, como se comprende desde la tradición mística. Se trata de la Anunciación cuya versión más detallada la ofreció Lucas: el diálogo entre el mensajero de Dios, el ángel Gabriel, y una doncella de Nazaret llamada María. El ángel entra en la casa de María con un saludo que le espanta, para seguidamente anunciarle su concepción. Ella le pregunta cómo podrá suceder eso sin haber conocido varón, y, oída la respuesta del ángel que le recuerda que “para Dios nada es imposible”, acepta como sierva la voluntad del Señor. Oigamos la versión de Lucas (I,26):

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. “ María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.” Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” Y el ángel dejándola se fue.”

Se preguntaba el filósofo Peter Sloterdijk en su gran obra Esferas en qué onda debió hablar el ángel con María para que sucediera su inmediata aceptación. María entra en contacto con la absoluta alteridad no sólo por la vista, sino por el oído, y el lector-espectador se enfrenta ante el encuentro imposible entre dos planos distintos de realidad, la sobrenatural y la natural, tratando de ver/comprender lo que de un modo radical se oculta a la vista: la concepción de María, el engendramiento de lo que no puede entenderse sino como el mayor misterio de las relaciones entre la sobrenaturaleza y la naturaleza: el engendramiento de Dios que se hace hombre. Algunas épocas de la historia de la cultura europea dedicaron grandes esfuerzos artísticos por visualizar esta historia. Entre éstas, aquella que se extiende desde principios del siglo XIV hasta mediados del siglo XVI en Italia, parece constituir una de las más fértiles en la elaboración plástica de la Anunciación, fundamentalmente debido a las soluciones que fue aportando para comprender la invasión de lo sagrado en el mundo profano. Elijo este periodo de intensa recreación del tema como contrapunto a la obra de Mapi Rivera titulada Anuntius, en donde la tela se ha sustituido por unos fondos neutros ante los que se sitúan dos cuerpos desnudos de mujer, -uno de ellos es la propia artista-, y algunos otros elementos como por ejemplo, las flores de lis, que decididamente tienen la intención de situar las escenas fotografiadas dentro de la tradición iconográfica de la Anunciación. La obra de Mapi Rivera desplegada en un conjunto de fotos, cajas de luz y videos, emplea un lenguaje artístico próximo al de, por ejemplo, un Bill Viola, mostrando la misma exigencia que el artista americano de ofrecer imágenes nuevas que, sin embargo, están en claro diálogo con la pintura del trecento y quattrocento. La intensidad de las imágenes de Mapi Rivera deriva de la experiencia interior que las nutre, según se manifiesta también en los textos que las acompañan; una experiencia que alienta su proceso creador al menos desde el año 2001, y que puede definirse como ‘experiencia de luz’. En Anuntius, obra ya prefigurada de algún modo en su exposición del 2004 titulada Ilaluzes, tal experiencia cristaliza en el encuentro con el Cuerpo de luz, expresión que nos sugiera la mística sufí de raíz platónica.

I.
El sujeto que experimenta, la artista, es la protagonista de las imágenes que configuran Anuntius. Su cuerpo desnudo, brillante, se confronta con otro cuerpo de mujer también desnudo. Ambos cuerpos están separados o unidos por un hilo de fluorescencia (gratia plena I). Son cuerpos ingrávidos sobre un fondo blanquecino grisáceo. El costado izquierdo del segundo cuerpo está iluminado y su claridad contrasta con la penumbra que inunda el resto. La posición de ambos cuerpos es simétrica con respecto al eje lumínico con una postura de brazos contraria y con los dedos de las manos abiertos, en tensión como todo el cuerpo en salto. La desnudez de los cuerpos que se ofrece íntegra a la mirada del espectador, es claro indicio del proceso a la que la artista ha sometido tanto a su propio ser como a la tradición plástica que la precede. En efecto, su desnudez no sucede sin más. Los trajes que envolvían su cuerpo fueron “descosidos” hasta encontrar la desnudez en una serie de transformaciones semejantes a las de la mariposa, en una mutación de pieles que buscan encontrar al nuevo ser. Los rituales de paso hacen su aparición en Ilaluzes al tiempo que lo que la artista denominara des-coser encuentra claras resonancias en lo que en la tradición de la mística occidental hasta Simone Weil se ha denominado descreación. Las nuevas palabras emergen para dar entrada a la expresión de lo que con enorme dificultad puede ser expresado, porque remiten al terreno de lo oculto, al espacio de la interioridad, invisible e innombrable. No voy a remontarme más allá; sólo al tiempo en que el cuerpo fue despojado de las vestiduras, lentamente, en busca de lo que permanece, de lo que no es accesorio sino de lo esencial. El cuerpo desnudo es símbolo de la verdad que se muestra en su belleza. Para poder verlo ha sido necesario desandar un camino, descoser los vestidos, descrear lo creado. Puede entenderse este proceso como una purificación, una limpieza, un vaciamiento, absolutamente necesario para la construcción del templo interior, allí donde se espera la llegada de Dios, el nacimiento del hijo en el alma, como decía el maestro Eckhart. Naturalmente el cuerpo físico no es sino símbolo del templo interior, pero no se relaciona con éste en oposición analógica, sino en coincidencia: el cuerpo es el lugar del acontecimiento, natural y sobrenatural. En la tradición iconográfica occidental el cuerpo de María está aludido en la escena de la Anunciación a partir de múltiples metáforas: es su casa, allí donde entra el ángel, a la que dan forma las arquitecturas en perspectiva, su habitación donde se encuentra su lecho que apenas deja ver una puerta entreabierta, el cofre cerrado a veces sorprendentemente iluminado, el vaso que contiene flores situado por lo general en primer plano entre el ángel y María, el libro que ella sostiene o la puerta cerrada del fondo en la que converge. Podrían multiplicarse las metáforas o los símbolos del cuerpo como receptáculo y contenedor, así como las continuas alusiones a su situación abierta o cerrada. Aquí, al mostrar desnudo el cuerpo se ha prescindido de todo lo demás que insistentemente lo reitera. Se ha operado una reducción, como una partitura para orquesta transformada en otra de cámara, según los arreglos típicos de un Arnold Schönberg, por ejemplo. La iconografía tradicional ha sido pues, “reducida”, para mostrar sólo la esencia. Eso es, me parece, lo que define la relación que mantiene Anuntius con las Anunciaciones tradicionales, al menos en lo que respecta al plano iconográfico. Comencemos por describir esta Anunciación en su diálogo con la tradición, en lo que conserva y en lo que transforma.

El fondo de oro sirvió para situar el encuentro entre el ángel y la Virgen en las Anunciaciones del Trecento, las de un Simone Martini para la catedral de Siena (1333) (Fig. 1) o de Ambrogio Lorenzetti (1344) (Fig. 2). Toda la luz quedaba así como petrificada en un espacio “otro”, sagrado, contrastante con los pavimentos resueltos a veces con dibujos en perspectiva que nos instalan en el mundo de lo habitable. En Anuntius la neutralidad del gris/blanco, más o menos iluminado, que a veces cede paso a tonos azulados contaminados por el manto azul que en una serie fotográfica se añade al cuerpo desnudo, proporciona un fondo indiferente para ubicar los cuerpos y el suceso. Un suceso que no ocurre ni aquí ni allá, ni en casa ni fuera de ella, ni en este mundo ni en el otro, parece querer decirnos. Y esa neutralidad indiferente proporciona la sensación de extrañeza, ajena a cualquier cotidianidad, pues además define un lugar en que los cuerpos no están sometidos a las leyes de la gravedad. Elevados, erguidos, situados cada uno en los dos espacios que crea el fluorescente, uno frente a otro se miran como en un espejo sino fuera por las distintas posturas de los brazos que ya indican la comunicación recién establecida, el diálogo gestual. En uno de los textos de Mapi Rivera para esta exposición leemos: El ángel es la visión del propio rostro/que se contempla más allá del Universo. El suceso es efectivamente el encuentro con el ángel, desdoblamiento del propio ser en “otro”, que de pronto aparece, ‘transparece’, como diría Henry Corbin, para guiar al alma en su viaje de retorno al hogar que es el Oriente de luz. Místicos como Avicena o Shoravardi relataron el exilio del alma de Occidente, la tumba o prisión de la que se libera aquel que logra ver el rostro del ángel. La simbolización del alma, lo cual significa la visión del alma en la figura del ángel, coincide con el despertar de la vida interior atestiguada no sólo en las tradiciones orientales, sino también en las occidentales, como por ejemplo enseña el caso de Hildegard von Bingen (siglo XII). Desde Avicena a Dante este acontecimiento interior que conocemos como el ‘despertar del alma’ fue relatado dentro del género de literatura visionaria bajo la forma de un viaje o una peregrinación, y puede rastrearse la repentina aparición de elementos aislados en las literaturas modernas, como por ejemplo encontramos en la obra de un Gérard de Nerval. El relato de Lucas es un encuentro con el ángel, aspecto extraordinario del acontecimiento que, sin embargo, ha quedado disminuido por el énfasis puesto en la concepción. En Anuntius el cuerpo de la izquierda es el desdoblamiento del primer cuerpo, aquel que se perfila en la visión de la luz, manifestación primera de la experiencia visionaria.

II.
Las imágenes destacan y se concretan en las inundaciones lumínicas, los resplandores, y las chispas que ve el ojo interior. Toda yo me he abierto para la visión de la luz y la visión se ha abierto derramándose y expandiéndose, llenándolo todo, relata Mapi Rivera. Un cuerpo abierto y luz son, en efecto, los elementos que componen este relato: la luz del segundo cuerpo que es el ángel, la luz concentrada en el hilo de fluorescencia que identificamos con un elemento iconográfico fundamental en la Anunciación: la columna. En algunas pinturas, como la Anunciación de Francesco del Cossa (1470) (Fig. 3), la columna está situada en el eje visual que liga las dos figuras, la del ángel y la de la Virgen, dispuestas oblicuamente en profundidad, y funciona como el eje central de la composición. En su magnífico estudio sobre la Anunciación italiana, Daniel Arasse señala el carácter paradójico de esta columna pues es eje de la composición aunque en contradicción con la apariencia esperada de una composición en perspectiva, lo cual alude a la paradoja del Dios hecho hombre y corrobora la identificación de la columna con Cristo o con la Virgen. Si la doble naturaleza de Cristo se busca expresar mediante imágenes paradójicas, lo mismo acontece con la Virgen cuyo destino está sujeto a la ley de lo imposible. Por ello Cristo y la Virgen comparten los símbolos en la iconografía tradicional, en especial, la columna y la puerta. También el jarro con flores, que encontramos por vez primera en la Anunciación de Duccio (1308-1311) (Fig. 4) alude respectivamente a una y a otro, y simultáneamente a los dos. En Anuntius se ha mantenido intacto este elemento tradicional, aunque el vaso que contiene la flor resulte en su transparencia prácticamente invisible. Pero la presencia de la flor constituye una clara referencia al pasado tradicional de modo que establece la conexión entre estas imágenes nuevas y sus antecedentes históricos. La desnudez de los cuerpos, que constituye la ruptura iconográfica más intensa de esta obra y también la más provocadora, parece protegida por la flor blanca que, de un modo emblemático, quiere conducir adecuadamente la mirada del espectador (stamen auri I, II, III). Símbolo de la pureza y de la virginidad de María es testigo aquí de ambos atributos para los cuerpos a los que acompaña.

Si las arquitecturas han sido suprimidas como lugar del acontecimiento que aquí sucede en un espacio indeterminado, no se ha renunciado a hacer referencia al simbolismo de la casa de María como lugar de la tierra, lo que se hace a partir del cubo blanco que sostiene el cuerpo de la artista (gaude I, II). Ciertamente, un cubo en perspectiva sirve para construir la casa de María en las dos Anunciaciones de Fra Angelico, la de San Giovanni Valdano (1430-1433) (Fig. 5) y la de Cortona (1433-1434) (Fig. 6), aunque en esta última se oculte parte del cubo, mostrándose dos de los tres arcos que debieran componer la parte frontal, según enseña la reconstrucción del edificio (Fig. 7). Daniel Arasse ha interpretado este ocultamiento como un modo de aludir a la incomensurabilidad del cuerpo de María, el lugar del misterio y de lo imposible. Porque, en realidad ¿qué es lo que vemos de esta historia de la Anunciación?, y además, ¿cuáles son las posibilidades de visualizar esta historia? Se trata, en efecto, del empeño por ver lo invisible, según la expresión de Michel Henry para hablar de la abstracción de Kandinsky y el espacio de la interioridad. La invisibilidad afecta a diversos aspectos de la existencia y a distintos planos de lo que denominamos realidad. En lo que ahora nos ocupa, no deja de resultar paradójico que fuera justamente la perspectiva, generadora en principio de la ilusión de la realidad material y física, la que mostrara tal complicidad y afinidad con el tema de la Anunciación, que nos sitúa ante una radical invisibilidad cual es el advenimiento de lo divino y celestial en lo humano y terrenal. Dos órdenes de realidad que, en principio, no pueden encontrarse, porque están situados uno con respecto a otro en lo discontinuo y suponen una ruptura de nivel. Pero justamente fue el juego con la apariencia y los diversos modos de empleo de la perspectiva lo que fue ampliamente elaborado por los pintores renacentistas que ante el problema artístico que suponía la Anunciación, ofrecieron respuestas absolutamente extraordinarias. La visión de la invisible constituyó, sin duda, el gran objeto de reflexión. Algunos artistas quisieron aludir a ello de un modo explícito, como por ejemplo sucede en la Anunciación realizada como decoración de un relicario en la iglesia de san Lorenzo de Florencia de fra Filippo Lippi (1438-1440) (Fig. 8). En esta obra aparecen a la izquierda de la escena de la Anunciación otros dos ángeles, uno de los cuales vuelve su rostro hacia el espectador, mientras que el otro dirige su mirada al vaso con flores que está fuera y dentro de la arquitectura “transgrediendo virtualmente la impenetrabilidad de la superficie pintada”. Estos dos ángeles son los testigos, no tanto de la Anunciación como de la Encarnación misma, invisible a los ojos humanos. Lo que no podemos ver se concentra en el símbolo que, como siempre, no sólo desvela sino que al mismo tiempo oculta, como cifra del misterio. En Anuntius el misterio no se concentra en el vaso con flores, sino en otras imágenes, como el cuerpo recorrido por el hilo de luz (nuntiavit). La luz fecunda el cuerpo de la mujer, abierto para recibirla (lux II, dominus tecum I y II). En su estudio sobre las experiencias de la luz mística, Mircea Eliade comentaba la identificación en el tantrismo de luz y semen viril, del mismo modo que en el taoísmo, concretamente en El misterio de la flor de oro traducido por Richard Wilhelm y comentado por Carl Gustav Jung, lo fundamental no era tanto el descubrimiento de la luz como su circulación por el interior del cuerpo. Comentaba Eliade: “Se recomiendan muchos procedimientos, pero el más importante parece ser lo que el texto denomina “movimiento regresivo”, “marchar contra corriente”. Gracias a este ejercicio psico-fisiológico los pensamientos se reúnen en el lugar de la Conciencia celeste, el Corazón celeste –y allí se nos dice que la luz es soberana. /…/Notemos solamente que en este ejercicio, la luz interior se ha puesto en circulación y que si se le permite moverse bastante tiempo en círculo, se cristaliza, es decir, da nacimiento a lo que se denomina Cuerpo-espíritu natural. La circulación de la Luz produce en el interior del cuerpo la verdadera semilla, que se transforma en embrión. Al calentarlo, alimentándolo y bañándolo un año entero por un método que es ciertamente alquímico (pues el texto hace alusión al fuego) el embrión llega a la madurez, es decir, que nace un ser nuevo. /…/Así pues, la eclosión de la flor de oro se señala por una experiencia de luz. /…/La luz reside de una forma natural en el interior del hombre, en su corazón. Se llega a despertarla y a ponerla en circulación por un proceso cosmo-fisiológico místico. Dicho de otro modo, el secreto de la vida y de la inmortalidad del cuerpo está inscrito en la estructura misma del Cosmos, y, por consiguiente, igualmente en la estructura del microcosmos que es todo ser humano.” Eliade establece las homologías entre el relato taoísta y la natividad en las religiones persa y cristiana, con la estrella que señala la luz de la cueva, pero no alude a la Anunciación. En otra Anunciación del mismo Fra Filippo Lippi (1460) que se conserva en la National Gallery, Daniel Arasse destaca la invención más sorprendente de la pintura que consiste justamente en la penetración de un rayo de luz en el vientre de María (Fig. 9). Frente al vientre de la Virgen, de su ombligo, está colocada la paloma, -un lugar inusitadamente bajo pues se solía colocar por encima de María o bien de toda la escena-, de la que sale un rayo de luz en forma de pirámide que entra por una botonera abierta. En respuesta sale a su vez de la botonera otra pirámide de rayos de oro. Se trata de un detalle extraordinario que se ha interpretado como la representación de la encarnación según el modelo de la óptica medieval, pues para Bacon o Grosseteste es el rayo visual central, perpendicular al objeto visto, lo que certificaba claramente la imagen del objeto. Parecen aquí conjugarse esta teoría científica de la visión con la metafísica cristiana de la luz, que el arzobispo de Florencia, san Antonino, contemporáneo de Fra Angelico y de Filippo Lippi, recordara al sostener que “la gracia de Dios es como un rayo de sol que a mediodía golpea el suelo en ángulo recto.” Las interpretaciones contextuales no excluyen, sin embargo, el significado que al rayo de luz prestan las simbólicas, como las de un Eliade. Desde las homologías que pueden observarse con otras religiones, el acontecimiento cristiano de la Anunciación se presenta como un engendramiento de luz, que es tal y como se muestra en Anuntius. Por mucho que la presencia del cuerpo y de la vulva (fructus ventris tui III, IV) nos inciten a entender estas imágenes en su literalidad, éstas no son menos simbólicas que las de la paloma y su rayo de oro, pues continúan siendo expresión de un suceso invisible. Inaudible también, como se sugiere con la colocación de la paloma junto al oído de María en la Anunciación realizada por Cosme Tura en 1469 para decorar las tablas del órgano de la catedral de Ferrara (Fig. 10), que podemos confrontar con una imagen de Anuntius (per aurem). Se trata también de un detalle iconográfico excepcional que acentúa la dimensión sonora del acontecimiento, ya indicada por el propio órgano que ocupa el lugar entre el ángel y María, un entredós que constituye un intervalo sagrado, original forma de solucionar lo irrepresentable del suceso.

Si desde un punto de vista textual, la Anunciación se ofrece como un diálogo en el que el ángel anuncia a María su engendramiento divino y a su vez María responde con su aceptación, en el lenguaje pictórico las palabras intervienen en ocasiones, como sucede por ejemplo en la Anunciación de Fra Angelico (Fig. 6), pero por lo general la comunicación entre el ángel y María se significa a través de la gestualidad: la salutación del ángel se expresa por la postura de su mano y dedos, mientras que el gesto de María cruzando sus dos manos sobre el pecho parece tanto aludir a su turbación inicial (lo que se intensifica con un gesto corporal de retiro) como a su voluntad de convertirse en sierva del Señor. La liberación de las manos de María cruzadas sobre el pecho y la apertura de sus brazos la encontramos en la Anunciación para san Lorenzo de Florencia de fra Filippo Lippi (Fig. 11, detalle). Fue Donatello quien primero dramatizó la representación esculpida del tema, abriendo la postura de la Virgen hacia el ángel y reafirmando así la relación entre las dos figuras. En la Anunciación de Botticelli (1489-1490) el movimiento de las dos figuras se ha intensificado y las manos de la Virgen adquieren un fuerte tono expresivo como respuesta a la salutación del ángel (Fig. 12). En Anuntius se ha recurrido a la movilidad gestual para mostrar el diálogo entre los dos cuerpos, en libertad total, fuera de cualquier marco (lux I, gaude I, II). Manos que ofrecen la luz, manos que reciben la luz (dominus tecum II, commotio lucis I, II, ne timeas III, fructus ventris tuis I, II, III). Ondas de luces invaden los cuerpos (seminare lucem). La columna de luz abandona su posición de eje para adoptar la horizontalidad, para cruzarse con otra (coniunctio lucis), y siempre establecer el diálogo (amnis luminis), la relación entre los cuerpos que sobre distintos pedestales (los cubos) los colocan en niveles y alturas diferentes (stamen auri I, II, III). La llegada imprevista del ángel, su irrupción impetuosa, como aparece en la impresionante figura de la Anunciación de Giovanni Bellini (1500) (Fig. 13) contrasta con las anteriores representaciones del ángel ya arrodillado en la casa de María aunque a veces con las alas alzadas lo que indica su inmediato descenso en la tierra, y ésta es la postura que adopta en algunas imágenes de Anuntius, emergiendo desde la izquierda con los brazos extendidos, con la flor blanca en la mano, manejando las ondas de luz (ne timeas I, II, stamen luminis I, II).

III.
Una cierta redondez predomina entre las formas elegidas para Anuntius: desde el mismo cuerpo de pechos redondos hasta el sol blanco (semen luminis I), o los hilos de fluorescencia circulares (fructus ventris tui I, II, III) y la esfera plateada. En dos imágenes, el ángel aparece arrodillado y cubierto por un manto dorado sobre un pedestal, mientras la figura del manto azul, color mariano por excelencia, se encuentra de pie manteniendo una esfera plateada que le entrega al ángel en la imagen siguiente imponiendo sus manos (caro factum est I,II). La escena está presidida por la flor de lis. Los ropajes que ahora visten los cuerpos desnudos, parecen dotarles de una dramatización mayor, de una teatralidad de la que estaban exentas las imágenes anteriores. Se aprecia aquí la necesidad del ritual como el acto que simboliza el acontecimiento interior. Mapi Rivera declara explícitamente en su texto a la exposición que ésta es el resultado de una experiencia interpretada por ella misma como una vivencia de la anunciación, esto es, del encuentro, la concepción y el nacimiento. En la mística cristiana no sólo se acepta la posibilidad de la repetición de la experiencia, sino que ésta es altamente reclamada, pues como decía Angelus Silesius “He de ser María y Dios ha de nacer en mí”. La Anunciación se puede comprender literalmente como un hecho histórico, pero también hay que entenderla como un suceso simbólico, fuera del tiempo de la historia. Metáforas o símbolos irrumpen para expresar el instante de engendramiento nacido del amor. La feminidad no es sino esa redondez que, como sostenía Gaston Bachelard, constituye el lugar de la intimidad. Virgen, porque tiene que ser vaciada y purificada, limpiada, de todo lo que impida el nacimiento. Es el templo vacío. Mujer, porque es pura fertilidad. Es indudable que la artista conoce la tradición mística, según se desprende sin dificultad de sus textos; también el simbolismo, que implica homologías entre tradiciones religiosas diversas, entre las orientales y el mismo cristianismo. La coherencia que destila de sus escritos y de su obra plástica, no sólo apunta al conocimiento sino a la veracidad de la experiencia, revivida en la creación, formalizada a través del lenguaje propio de su época, pero en franco diálogo con la tradición artística europea. Anuntius se instala decididamente en un contexto religioso, lo que no implica que ésta sea una obra religiosa. El texto evangélico y su elaboración en el arte gótico y renacentista ofrecen el marco para situar la experiencia interior. La mirada que recorra las imágenes de Anuntius no tiene que sentir necesariamente el placer que proporciona la experiencia estética. No me parece que sea ése su objetivo. Lo que ciertamente embarga al espectador es una emoción que nace en el momento en que sucede el reconocimiento de las imágenes y su comprensión como el supremo esfuerzo por rasgar los velos que impiden la visibilidad del cuerpo de luz.

ANUNTIUS

Mapi Rivera

Antes de escribir este texto me recojo en silencio y espero a que la luz como un hilo se derrame en mi corazón y después se transforme es este código que son las palabras, las frases, pero ante todo quiero que estas líneas conserven la luminosidad que las inspira.

La “Anunciación” es un encuentro, una concepción y un nacimiento. La virgen y el ángel coinciden en un espacio privado, en una habitación que es símbolo del cuerpo de María. La penetración del ángel en este espacio sagrado, simboliza la penetración de la luz en el cuerpo de la virgen.

María es una mujer, representa al eterno femenino, a la diosa virgen. Es imprescindible la virginidad de Maria para el encuentro con el ángel, así como es imprescindible que el amor invada todo el cuerpo interior para la verdadera contemplación del ser amado. La virginidad es la disolución interna de cualquier imagen, de cualquier palabra que no sea el amor. El ángel le entrega la luz del amor, María es fértil y concibe este amor en su cuerpo.

Yo siento que el ángel siempre ha estado junto mí, en mi infancia lo sentía muy cercano aunque silencioso, entonces no hacía falta pronunciar.

Es muy fácil olvidar al ángel, el mundo esta lleno de distracciones, de imágenes de ruidos, por eso hay que ser virgen para poder visionarlo y fértil para poder concebir la luz que es su mensaje. María ya no es una niña, tiene un cuerpo maduro de mujer, su misterio se desvela en la visión, en el reconocimiento de su propio rostro en el rostro del ángel, en el amor que al principio era silencio y ahora es luz, mensaje, palabra.

Yo he olvidado al ángel y he profanado su mensaje muchas veces, pero he limpiado mi cuerpo y las huellas de este olvido en el mar del recuerdo, la sal y el sol curan las heridas. La herida tiene un solo origen; el desamor, la falta de fe en el amor. Ahora sin embargo se que soy virgen y soy diosa, porque me he consagrado al amor. Conozco a mi ángel tal como me conozco a mí.

La visión que rasgó el silencio de la habitación de María, surgió de las profundidades de su corazón, se hizo luz, se hizo imagen, nació de María y al mismo tiempo María nació gracias a esta imagen. En mi vivencia de la “anunciación”, mi ser se encuentra dilatado y abierto, al mismo tiempo que la luz se abre para mi visión, llena todo el espacio en diminutas partículas de luz, difuminando cualquier contorno. Yo soy fuente de esta luz, pero se que esta luz es mi origen, por ello me atravieso a mi misma como si naciera a través de esta fuente de luz y mientras traspaso esta vulva originaria, mi cuerpo se deshace y se diluye en un gran mar de luz, de partículas infinitas de las que paso a formar parte. El mar del amor es la ternura y el placer extremos, es la embriaguez y la cordura extremas, es la excitación máxima y la máxima paz.

María concibió la sabiduría pues conoció el amor trascendente en su cuerpo inmanente. Yo se que para nacer al amor se tiene que morir al desamor y para conocer el amor hay que querer que el corazón lo bombee y lo derrame por las venas. Cuando la luz del ángel me rozó con un gesto, mi corazón fértil se transformó en amor, si soy virgen, sagrada, es porque en mi interior no concibo nada más. El hijo que engendra María en sus entrañas, es el reconocimiento de la luz en el centro de la oscuridad, la ventana siempre abierta al amor luminoso, el principio masculino y el principio femenino íntimamente abrazados, disueltos ambos en la común-unión.

Mapi Rivera

POEMAS ANUNTIUS
Mapi Rivera

1

El amor
no colapsa mis venas,
el amor no las vacía.
Circula en su caudal,
permanece sin detenerse.
Se ha establecido en mí,
como un mar sin mareas;
no sube, ni baja,
es.
Su nuevo ser en mí
tiene algo de nada,
algo de origen,
algo de misterio conocido.
No es ausencia,
es universo.
No es matriz
sino preñez luminiscente.
Este amor es silencio;
silencio de las habladurías
del pensamiento,
silencio de los extremos,
es palabra en el centro,
palabra silenciosa.
Encontrarme no ha sido fácil,
los extremos tiran
hacia la pasión
o hacia el desespero.
Encontrarme ha sido
como limpiar el polvo
al secreto de mi corazón.
Ha sido como abrir un cofre
donde la luz de la palabra
me ha revelado su nombre,
mi nombre;
amor.

2

He visto la luz al otro lado,
a través de un orificio.
Atravesar la matriz del universo,
es atravesar la matriz de la madre,
es atravesar mi propia matriz.
Nacer,
nacer a la luz cegadora,
fundirse en la esencia,
en el líquido brillante de amor.
Ser una, ser nada, ser todo.
La felicidad extrema
estalla en la paz redonda,
la alegría que hiere
mana en su propio origen
y revierte a él,
se llena
y en el límite se vacía.
Yo nado en su océano luminoso,
todavía no me he fundido en él
pues lo contemplo,
aún así,
mi corazón se embriaga
con su aroma y con su imagen.
La gran matriz del universo
está tramada de pensamientos,
los pensamientos tejen y destejen,
se enredan, se anudan,
se ligan, se rompen…
Fuera de la matriz
no hay ni un solo pensamiento,
sólo ser, sólo luz, sólo amor,
por eso el corazón
es la puerta de salida
y entrada en uno mismo,
el corazón es amor,
es la gota de conciencia,
el ojo que me permite visionar,
saber y ser.

3

El ángel
es la visión del propio rostro
que se contempla
más allá del universo.
Ve a través de la matriz de lo aparente
en un espejo de conciencia.
El ángel
es el cordón umbilical de luz
que da aire al espíritu
a través de la materia.
Lo respiré profundamente,
lo invoqué con fuerza,
y mi visión se abrió,
mi corazón,
como una rosa,
reconoció su propio aroma.
El ángel vino a fecundarme
para que yo naciera a la luz del amor.

4

Hoy he regresado al día
en que tu luz fertilizó mi corazón.
Él se volvió un misterio conocido,
y todo cuanto podía anhelar ser o saber,
estaba concentrado en mi pecho.
Podía atravesarme a mi misma
y acceder al mar del origen.
El amor no se ve,
no se oye, no se toca, no se huele.
El amor es lo único que vive sin morir.
Con los sentidos dilatados,
el amor se ve,
se oye, se toca, se huele.
Nunca sabré más ni sabré menos
que lo que comprendí al comprender tu amor en mí.
Cuando lo olvido no comprendo nada,
soy una ignorante.
Cuando en mi cuidado tu luz germina,
brota y florece en mis venas,
soy la misma Sofía.
Estoy preñada de tu luz,
no puedo concebir la oscuridad
sin provocar un eclipse.
Me he deshilachado muchas veces,
aunque mi piel se adhiera a mí
irremediablemente.
Sólo hay un modo de nacer definitivo,
Atravesando la obertura luminosa
de mi corazón.
Afuera es en lo más profundo
de mi intimidad,
La desintegración surge
de la integridad completa.
Afuera las partículas no pueden dividirse,
ni dejar de ser unidad.
Todo lo que allí es,
es amor,
soldado en la fluidez,
uno,
y nadie más.

5

Comí del fruto prohibido,
mi corazón maduró
en una luz redonda;
la obertura al paraíso.
Con tus besos lavaste mi cuerpo,
tu saliva era agua primigenia.
El amor me envolvió
en su placenta.
El útero, el túnel,
la puerta de mi nacimiento
era mi propio corazón.
Nací de mi misma
a través de mi pecho.
Ahora soy mi hija nueva
y soy mi madre nueva.
Tu amor me fecundó.

6

María, mujer, mar,
origen de vida
y origen de muerte.
Soy una mujer,
soy la “mater”
que decide desembarazarse.
Concibo sólo una alegría
que no conoce su muerte ni su duda,
tiembla pero no de miedo,
se estremece en la vibración sutil
que desprende ternura.
Mi pulso es el amor,
soy el mar
y su energía,
conozco mi orilla
allí descanso.
He dibujado mi contorno bajo el sol,
sana como si sólo me alimentara
de fruta, de pescado, de luz.
Toda la vida de las profundidades
ha surgido de mi imaginación.
El ritmo de todos los corazones
es mi eterno latido.
Sus ecos se escuchan en la intimidad,
todos están en mi pecho.
Mi imaginación desbordada
se repliega como en un remolino
hasta más allá de su memoria.
Soy hermosa
como la luz que se baña
y se refleja en mí.
Antes de que yo fuera
era la luz.

7

Virgen es este amor
que me inflama la sensibilidad.
En él te recojo
llevándote a mi centro,
desde él me entrego a ti
expandiéndome a la velocidad de la luz.
Dilato mi cuerpo
en expansión y recogimiento,
en los extremos el amor se encuentra.
Abro mi vulva,
abro mi boca,
abro mi corazón,
entras en mí,
buceas en mi océano.
Vives aquí,
tu imagen vive en mí,
tu cuerpo se reencuentra con tu imagen.
Nadas, buceas,
en mis aguas primordiales,
cuando eras un ancestro anfibio
ya nadabas en mí.
La sal y la luz
me han transformado en mujer,
tu cuerpo y mi cuerpo
han evolucionado
para que nuestros espíritus se amen.
Vivo una vida plena,
tu rostro brilla en mi corazón
y el amor que fluye por mi ser
trashuma humedad,
cariño, ternura y fuerza.
Conozco el amor,
su rostro no me deslumbra,
puedo mirarte porque te albergo.
Me penetras amándome
y me traspasas.
Soy virgen
en mi continua entrega,
siempre fecundada en el amor.
Soy hieródula del templo de mi cuerpo.
Lo preserva el amor verdadero,
el amor puro,
el amor único.

8

La gravedad no afecta
a nuestros cuerpos
mientras se aman.
Nos recogemos
y abrimos
el uno en el otro,
nuestro amor
nos hace elásticos,
ligeros, ingrávidos.
No hay techo, ni suelo,
ni casa, ni cosas,
solos,
envueltos de luz y de ternura,
nos amamos.
Cuando después
de nuestra elevación,
reposamos nuestros cuerpos
abrazados,
mi corazón te mira
e irradia un amor
que me traspasa.
Mi sexo húmedo
y mi boca
te siguen amando.
Es este amor
que he engendrado,
o es este amor
que me cultiva,
el que me permite volar.

9

Estoy sentada sobre mi cama
el ángel está junto a mí,
me ha acariciado,
me ha susurrado el amor al oído.
Mi corazón y mi cuerpo,
como un párpado enorme
se han abierto.
El espacio de mi habitación
con sus objetos
se han difuminado
hasta desaparecer,
pero la imagen del ángel
la sentía junto a mí
como una respiración cálida.
Toda yo me he abierto
para la visión de la luz
y la visión se ha abierto
derramándose y expandiéndose,
llenándolo todo.
La luz me ha atravesado
mientras yo la atravesaba.
Es como lanzarse al mar
al mismo tiempo que el mar
se lanza en mi interior abierto.
La única memoria
que me queda de mi cuerpo
cuando nado en el mar de luz,
es mi ángel,
pues siento su respiración cálida
junto a mí,
él es la vía que me conduce a la luz,
y que me lleva de regreso al mundo.
Él es la ventana
que me permite traspasar
de la apariencia de las formas
a la visión de la imagen verdadera,
él es el acceso a la visión.
Cuando se va,
se que ha estado junto a mí
pues permanece su huella sobre la almohada…

10

…Yo me quedo quieta
como si cualquier movimiento
pudiera borrar
el recuerdo de mi vivencia.
El ángel me deja
con el cuerpo blando, húmedo,
el corazón dilatado,
inflamado de luz.
Aunque poco a poco
reaparezcan los contornos
de mi habitación,
aunque el ángel se haya ido,
sigo sintiendo su aliento,
no sólo junto a mí,
si no en mí,
pues mi corazón
esta preñado de su tacto,
y en él se concentra la visión
de la luz primera,
del amor primero.
En mi corazón se recoge
y se despliega la visión,
cuando se expande,
traspasándome y deshaciéndome
en partículas diminutas
de una única luz,
el placer se derrama
por cada una de estas partículas,
todas son conscientes
de que son un solo ser
y a la vez son
infinitos pequeños seres.
Yo celebro mi nacimiento
a esta esencia de luz y amor
de la que también formo parte
al diluirme en ella,
celebro dejar de tener límites,
dejar de tener piel,
dejar de tener ojos
para ser la misma visión.