MAPI RIVERA O LA BOCA DEL VIENTO

Enrique Torrijos

Para comprender, o mejor disfrutar, la obra de Mapi Rivera no es necesario hablar de génesis y exégesis o simbolismo y semiótica. Tampoco es indispensable adentrarse en la filosofía Zen o del Tao aunque ninguno de estos términos escape a la interpretación lógica y correcta de su lúcido trabajo. Para entender, mejor vivir, la obra de Mapi Rivera tan sólo es necesario dejarse llevar con suavidad por el laberinto conciliador de sus imágenes y aquello que sus palabras provocan de bueno en nuestro interior. Para sentir, mejor compartir, todo aquello que el arte contemporáneo es capaz de percibir a través de los ojos y la piel de una artista como Mapi Rivera nada mejor que proceder de una forma tan humilde como lo hace ella en sus fotografías, dibujos y textos pienso en sorber los vientos, amaneceres, sol, alma, luna y el corazón latiendo.

Conozco el sentimiento de desagrado y repulsa que causa en Mapi Rivera el lenguaje que describe la violencia y los delirios de mentes atormentadas pero, a pesar de la virginidad de su alma y el efecto que ésta causa en todos cuantos la conocemos, me veré obligado más adelante a utilizar palabras, giros y términos que relacionan la ponzoña con la gloria y la esperanza con lo tenebroso. Si no lo hiciera estaría traicionando el espíritu de este escrito y difícilmente sabría explicar, aunque sólo fuera tangencialmente, la importancia de su obra.

No nos obliga la razón a aprehender los ingenios de Mapi de un modo convencional ya que ella nos muestra otra forma de entender la vida que a la propia razón elude con una lucidez que en ocasiones, por su grandeza, espanta. No hablemos pues de empirismo o ciencia si no es para afirmar que el empirismo puede engendrar amor y que de lo que atañe al corazón podría inventarse una nueva ciencia. Así, no pretendáis entender esta exposición como si ésta fuera un espejo, un vulgar reflejo de la realidad cotidiana, porque lo que aquí se nos muestra es una forma de entender los acontecimientos que supera en generosidad y optimismo todas las aberraciones que suele fabricar la vida diaria –ese sueño de la razón que genera monstruos según Goya- de un mundo que a veces parece haber perdido todo el sentido común que le quedaba. Tampoco esperéis encontrar una realidad pueril puesto que la inocencia de Mapi Rivera es fruto de la extraordinaria creatividad e inteligencia de una mujer madura que, a mi modo de ver, nos habla y muestra el alma, o mejor una virginidad del alma que, para mayor exactitud, se traduce en estas sabias, precisas palabras:

“Virgen indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no era. Mirad, ahora podríamos preguntar: ¿Cómo puede, el hombre que ha nacido y alcanzado una vida intelectual, quedar vacío de toda imagen como cuando todavía no era? ¿No es cierto que sabe mucho de cuanto son las imágenes? ¿Cómo puede, sin embargo, estar vacío? Ahora atended a la distinción que os quiero comunicar. Si yo fuera en tal forma intelectual que todas las imágenes comprendidas desde siempre por todos, además de las que están en Dios mismo, estuvieran en mí, intelectualmente, y si a pesar de ello yo no sintiera apego por ninguna de ellas, ni hubiera tomado en propiedad nada de ellas, ni en el hacer, ni en el dejar de hacer, ni el antes ni en el después; si, antes bien, estuviera en el ahora presente, libre y vacío, por amor de la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces, verdaderamente ninguna imagen se me interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era.”
La virginidad del alma. “El fruto de la nada” Maestro Eckhart

Huesca, 23 de junio de 2001

Querida Mapi

Hoy he recibido tu Aro, la espuma de las olas.

Me descubriste al Maestro Eckhart y hoy he deseado mostrarte, antes de escribirte mi cara, algunos de los pensamientos que más me han emocionado. La virginidad del alma, sin duda alguna, es uno de ellos. Sin embargo, tengo alguna dificultad, una que casi todos los humanos compartimos, para dejar mi mente en blanco y alcanzar tal estado, ese que tu consigues con tanto sentido común y que concierne ala iconografía más íntima de las personas. La virginidad no alberga dudas ni las perdona. Y yo las tengo. Ante esa dificultad me ayudan tus imágenes y poemas porque limpian esas otras imágenes que se interponen para alcanzar la serenidad necesaria para vivir y el sosiego indispensable para sobrevivir.

Existe en toda tu obra una beligerancia encubierta, como un ruido sordo, que es producto del enfrentamiento entre las imágenes que tú creas y aquellas que estamos acostumbrados y obligados a ver. De hecho, el mismo día que comienzo a esbozar este texto he podido contemplar imágenes que atañen al alma o, mejor dicho, a su perdición: un pelotón de fusilamiento frente al que caían cadáveres con el desplome de cualquier objeto pesado que jamás disfrutó de la vida, un saco terrero, por ejemplo, -un peso muerto- y los cuerpos, finalmente, trazaban extraños dibujos sobre la tierra, como números cuatro tumbados de carne y hueso enana genuflexión perenne y quedaban yertos sobre el polvo en una coreografía congelada de cadáveres con un rictus imposible y de una comicidad absurda. He visto también un edificio, su imagen, ya que de imágenes y representaciones hablamos, con la piel arrancada a tiras por una bomba y una mancha obscura, de color cereza, tiñendo la cuadrícula de la acera mientras unos camilleros con ademán de mecanismo robótico, debido, supongo, a una triste costumbre, comenzaban los rituales del futuro sepelio de un ser humano que bajo un fino y dorado manto metálico, de los que se emplean para salvar la penúltima honra del muerto, yacía descerebrado por una, varias balas que obedecen y ejecutan en honor de la misma u otra bandera que la bomba que desnuda los edificios y despelleja sus fachadas. Tengo los ojos llenos de imágenes terribles y la mirada cansada por le pavor que me produce un simple vistazo a este encadenamiento de siglos que nos ha tocado vivir para bien y para mal, y me pregunto en demasiadas ocasiones si el ser humano ha podido ser alguna vez más cruel en toda su historia que con el aprovechamiento del refinado sufrimiento propio del siglo XX. También he visto otro icono de nuestros días, cosa rara porque suelen ocultarlo, la penuria vergonzosa por la que pasan algunos ancianos, tan próximos a nosotros como anónimos, a los que el dinero necesario para sobrevivir les es extraño. Después de trabajar toda una vida que se jodan de hambre. Y que se mueran. Hoy, en fin, he visto dolor, mucho dolor. Como todos los días. Más de lo mismo; el dolor y sus imágenes. De los niños prefiero no hablar; el horror de su omisión es más llevadero y humano que su recuerdo escrito. Para eso existen, son y están tus imágenes, par hacer de contrapeso en la balanza de los fías, y nos sirven de consuelo en este nuestro corriente pandemónium. Vida frente a la muerte, luz para la oscuridad, y una permanente síntesis de contrarios que nos ofreces para la lucidez mental. ¿De dónde sacas tanta lucidez Mapi?

La televisión, la radio, los periódicos, nuestros vecinos nos proporcionan imágenes de dolor. Lo más extraño es que hay una creencia generalizad de que el dolor y sus representaciones si son lejanas son más dolorosas. Es más efectiva la virtualidad de las imágenes del sufrimiento en tierras remotas para los intereses de nuestra conciencia y de nuestro bolsillo e incluso hay dolores exóticos que superan en calidad y aprovechamiento la proximidad del dolor ajeno. Es más eficaz para el mundo civilizado el sufrimiento de ultramar, es un suponer, que el de un paisano al que vemos todos los días y, quizás, por el simple hecho de verle le odiamos desde las tripas de forma inmisericorde, rudimentaria. Frente a este rosario de insensateces estás tú y tus imágenes nítidas y profundas que se oponen y limpian y me redimen de esas otras imágenes brutales. Las obras, Mapi, que desde siempre vienes haciendo para mi consuelo.

Es imposible comprender tu exposición sin estar absolutamente convencidos de que el dolor, como el amor, nunca nos son ajenos y que están no sólo próximos a nosotros mismos sino que habitan en nuestro interior como las más primitivas de nuestras manifestaciones, del mismo modo que son inseparables desde su gestación. Así, las obras que he visto y que vas a exponer tratan del dolor y su sanación y no sólo nos muestran el conflicto –el desamor- sino que, además, nos enseñan casi de forma dogmática, docente, a veces cartesiana, y en una lección inolvidable cómo afrontar la angustia que nos produce el sufrimiento y la belleza, que es una de las más frecuentes causas de la aflicción contemporánea. Su búsqueda y posterior hallazgo en el más estricto sentido artístico pueden ser a un mismo tiempo placer y tormento, lucidez y locura, pasión e indiferencia. ¿Quién puede sobrellevar semejante peso? Una paradoja que puede arrastrarnos al abismo maravilloso del conocimiento del alma, esa maldita extranjera, parásito de nuestras noches pero que nos da la ofrenda del entendimiento de todo aquello que a la razón escapa.

El misterio, el milagro de sanación, que hay en lo que haces radica en que, como Dios, amas al prójimo y a todas las cosas como a ti misma y tienes el valor de mostrarnos el fruto de ese amor desnudo sin vergüenza, ni ira, ni rabia. Hay que tener mucho coraje para hacerlo y valentía para enseñarlo cuando se suele considerar equivocadamente más impactante una imagen brutal que su opuesta. Además, es muy extraño observar la obra de una artista que no tiene su ego como centro universal de todas las cosas y más extraño aún contemplar arte contemporáneo sin tener la sensación de que un perturbado nos vomita encima todas las miasmas que su ansiedad enfermiza es capaz de eludir de un diván de psicoanalista o, en el peor de los casos, las diversiones de un pedante haciendo un stand de arte en lugar de Arte, que es lo que un artista que se precie de serlo debe hacer. ¡Dios mío, Señor, cuanta milonga! La contemporaneidad nos tiende muchas trampas y es complicado en ocasiones distinguir las voces de los ecos. TÚ hablas voces cercanas Mapi, imágenes opuestas al griterío que produce una modernidad mal entendida, si es que la modernidad existe. No es más interesante la crudeza por el mero hecho de ser crudeza y prueba de ello es tu trabajo rutinario pleno de instantes bellísimos que, como tus bordados, los que luego fotografías, son interminables gestos de bondad y armonía con todo aquello que te rodea.

Me gusta tu obra Mapi porque de ella se desprende que amas sin reservas; me amas a mí, a mi familia, a mis hijos y a los hijos de los hijos de los demás sin por ello dejar de amar a las personas remotas, incluso exóticas, que de forma virtual o real se asoman cotidianamente por un camino u otro a nuestras vidas. Mientras haya personas como tú tendré la dignidad suficiente para encararme a la cotidianeidad porque cuando plasmas en un lienzo las manos de tu abuela o utilizas como modelo a tu hermana Nía y dibujas tu cuerpo fragmentado estamos todos allí representados sin excepción alguna, hasta el más abyecto de los mortales y el más santo de los seres vivos; la primera y última materia de la naturaleza toda. En esto radica la oposición de los contrarios en tu obra: la apariencia de los hechos nos indica una cosa y tú siempre te empeñas en mostrarnos otra. La otra, la cierta, en un hermoso plenilunio.

“Es preciso tener siempre presente esto: cuál es la naturaleza del conjunto y cuál es la mía, y cómo se comporta ésta respecto a aquella y qué parte, de qué conjunto es; tener presente también que nadie te impide obrar siempre y decir lo que es consecuente con la naturaleza, de la cual eres parte”.
Meditaciones. Libro II, 9. Marco Aurelio

La tradición del arte aragonés nos enseña que Goya pintó a Saturno devorando a sus hijos, que Luis Buñuel segó el diámetro de su ojo en una secuencia de imágenes que ha pasado a la historia por su extremado salvajismo; más tarde Carlos Saura filmaba una matanza tribal durante una cacería mientras su hermano Antonio pinta muchedumbre con rostros desfigurados y retratos monstruosos fruto de esa escasa virginidad del alma que caracteriza nuestro calendario. Yo mismo, sin ir más lejos, y sin querer compararme con los maestros, he provocado delirios de angustia en algunos espectadores de algunas de mis primeras exposiciones sin que esté orgulloso de ello. Ahora llegas tú y en una fantástica pirueta mantienes el rigor de la tradición aragonesa, tomas el timón, y nos enseñas imágenes que, sin renunciar en lo más mínimo a la contundencia, nos explican día a día, a golpe rotundo de corazón, que a las profundidades del alma puede llegarse por caminos bien distintos. Y en esa pirueta de volatinero te conviertes en aire fresco y renovador que se agradece por la serenidad que construyes, del mismo modo que eres un excelente ejemplo de la capacidad artística que tiene tu generación. Aquel que afirme que la juventud está perdida es porque él mismo está perdido irremisiblemente y es incapaz de encontrarla, de la misma forma que las líneas paralelas nunca se cruzan salvo en el infinito. Y no iremos allí para comprobarlo.

En cuanto a la categoría de tu obra sólo puedo decir, finalmente, que es buena, extraordinariamente buena, y que en contadas ocasiones tendremos la oportunidad de contemplar una muestra de tanta calidad. Tiempo al tiempo.

“Cuando esta divina luz de contemplación embiste en el alma que aún no está ilustrada totalmente, le hace tinieblas espirituales, porque no sólo la excede, pero también la priva y oscurece el acto de su inteligencia natural”
San Juan de la Cruz

Mapi Rivera

1

Paziencia

Estoy luchando,
apuesto por la vida,
el amor,
el abandono.
Abandono mi lucha
sólo vivo y amo.

Una luz se enciende
en mi alma,
una luz que siempre había estado allí,
pequeña y llameante.
Esa luz me abraza
y con paciencia me muestra
sus arrugas de antigua recién nacida.

-Siempre, me dice.

Yo lato de alegría
y después del cansancio que me dio a lucha
me tumbo a descansar con mi llama.
Me tiendo toda,
abriendo corazón, manos, dedos,
perdiendo las piernas y el cabello,
notando el cielo bajo la espalda.

-Siempre, susurra la llama.
Como un manantial justo en mi centro,
deshaciéndome así
las yemas de los dedos,
la mirada y la frente.
Haciéndome trocitos con su siempre.
un siempre que elimina cualquier duda,
que derrota cualquier pena,
porque en ella no hay penas.

Pero si por mi pena
yo me olvido de la llama de luz,
ella siempre, siempre me espera…

 

2

Amanece entre mis pechos,
es de día
y camino,
si mi corazón me dice -¡camina!
Me paro y duermo,
si mi corazón me dice -¡sueña!
Sueño
que mi corazón ha nacido en el cielo
y brilla.