Siempre he tenido una gran capacidad de imaginar, por ello me he dedicado a traducir estas visiones a través del dibujo, la escritura y la fotografía. Sin embargo, hace algunos años experimenté una apertura abrupta de la sensitividad a raíz de una crisis profunda, que dilató todavía más mi capacidad imaginal y visionaria. Para equilibrar mi percepción interna y recuperar el bienestar, junto a mi compañero, empezamos a meditar a diario. Pronto, me embargaron visiones y audiciones, oía palabras susurradas en el interior de mi oído derecho, y delante del área de visión izquierda, percibía imágenes luminosas sobre el origen y el sentido de la vida. Al pronunciar en voz alta las palabras que escuchaba internamente, las imágenes cambiaban, ambas se trenzaban en un flujo que iba configurando un mensaje inspirado, simbólico y poético. Desde entonces hasta hoy, hemos recopilado miles de comunicaciones sutiles, mensajes metafísicos y universales, también particulares, durante las sesiones y consultas personales.
Al preguntarnos por el origen de estos mensajes, se nos dijo que nuestra realidad era el núcleo de otras dimensiones sutiles que, como capas de cebolla, abrazan la nuestra. Todas estas dimensiones son porosas y permeables, y están continuamente entrelazadas. Se me mostró la siguiente analogía; es como si estuviéramos en el vientre de una madre, aunque no podemos verla, podemos intuirla y sentirla. En estados dilatados y ampliados de percepción, somos capaces de comunicar con estas dimensiones que, tal como hemos llegado a percibir, están habitadas por ancestros, maestros, guías; seres de luz y de saber cuya principal motivación es guiarnos y alentarnos. Para recibir su guía y su aliento, solo es necesaria nuestra apertura y predisposición. Ellos nos tienden su mano, pero es necesario que estiremos la nuestra, para que ambas se encuentren y se estreche la distancia aparente que nos separa.